Rev Esp Endocrinol Pediatr 2018;9(3):4-9 | Doi. 10.3266/RevEspEndocrinolPediatr.pre2018.Oct.489 | |||||||||
¿Hay razones para preferir las dietas bajas en hidratos de carbono vs. las dietas bajas en grasas en niños? | |||||||||
Are there any reasons to prefer low carb diets vs. low fat diets in children and adolescents? | |||||||||
Sent for review: 29 Oct. 2018 | Accepted: 29 Oct. 2018 | Published: 4 Feb. 2019 | |||||||||
José Manuel Moreno-Villares | |||||||||
Departamento de Pediatría. Clínica Universidad de Navarra. Madrid | |||||||||
Correspondence:José Manuel Moreno-Villares, Departamento de Pediatría, Clínica Universidad de Navarra, Marquesado de Santa Marta, 1, 28027, Madrid E-mail: jmorenov@unav.es | |||||||||
Tabla 1 - Estudios realizados en niños y/o adolescentes comparando dietas bajas en hidratos de carbono con dietas bajas en grasas | |||||||||
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El peor escenario clínico en la batalla frente al exceso de peso en los niños y adolescentes es el de la falta de confianza para conseguir el objetivo de perder peso. En una comunicación reciente en la que se valoraba la tendencia de los esfuerzo en perder peso entre adolescentes norteamericanos de 16 a 19 años entre los años 1988 y 2014 se observó que pese al aumento en la prevalencia de sobrepeso y obesidad en ese periodo (pasó del 22,09% al 34,03%, el porcentaje de adolescentes que había intentado perder peso pasó del 33,68% al 27,24% en ese mismo periodo)1. Las razones de este menor esfuerzo pueden deberse a la falta de sintonía con los pediatras, pero también a una cierta falta de confianza en su capacidad de enfrentarse al problema o en conseguir resultados mantenidos. Es, por tanto, importante ofrecerles alternativas con eficacia contrastada incluyendo las dietas de control de peso. En esta revisión se abordarán los datos publicados sobre la eficacia de las dietas con menor contenido en hidratos de carbono frente a las dietas bajas en grasas para el control del exceso de peso en población infantil y adolescente. Eficacia de las dietas hipocalóricas en el control del peso En el documento de consenso de la Federación Española de Sociedades de Nutrición, Alimentación y Dietética (FESNAD) y de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEDO) publicado en 2011, se concluye que una reducción energética en la dieta de 500-1.000 kcal diarias puede producir una pérdida de peso de entre 0,5-1,0 kg/sem, equivalente a un 8% de pérdida ponderal en un periodo promedio de 6 meses (nivel de evidencia 1+) y que, por tanto, puede recomendarse con un grado de evidencia A. Existen varias medidas, como la disminución del tamaño de la ración consumida o la densidad energética de la dieta, que pueden facilitar el cumplimiento de una dieta hipocalórica y la pérdida ponderal en el paciente con obesidad (nivel de evidencia 3, grado de recomendación D)2,3. En este mismo documento se recoge que la modificación de los hábitos de vida junto a otras medidas empleadas en el tratamiento de la obesidad proporciona beneficios adicionales para la pérdida de peso a corto plazo (hasta 1 año), pero dichos beneficios se pierden entre los 3 y 5 años en ausencia de una intervención continuada (nivel de evidencia II, grado de recomendación B). Para conseguir el éxito a largo plazo la intervención dietética se debe acompañar de un incremento en la actividad física y un programa de educación (nivel de evidencia I, GR A). ¿Tiene algún efecto sobre el peso de personas sanas que no buscan perder peso la reducción del consumo de grasas o de azúcar en su dieta? Antes de proceder a comparar la eficacia de ambos modelos de dieta en la población infanto-juvenil con sobrepeso u obesidad, se revisará si se conoce el efecto sobre el peso de la disminución en la dieta habitual de la cantidad de azúcares o de grasas. En una revisión Cochrane publicada en 2015 en el que evalúan los efectos de la proporción de energía procedente de las grasas en el peso y en la adiposidad en personas que no buscaban perder peso se recogieron los datos de 32 ensayos clínicos aleatorizados (ECA) que incluían alrededor de 54.000 participantes y 30 conjuntos de análisis en 25 cohortes. El resultado de la investigación mostró que en la población adulta el efecto de comer menor grasa era una disminución media de 1,5 kg (IC 95% -2,0 a -1,1 kg), pero a mayor reducción mayor pérdida de peso. Este efecto se tradujo en la disminución del índice de masa corporal (IMC) de -0,5 kg/m2; IC 95% de -0,7 a -0,3 y del perímetro abdominal de -0,3 cm (IC 95% -0,6 a -0,02)4,5 En los estudios en cohortes que incluían tanto a niños como a adultos no se encontró esta asociación5. En 2018 se publicó una revisión similar recogiendo sólo los estudios publicados sobre población infantil. Se incluyeron los ensayos clínicos aleatorizados realizados en niños entre 24 meses y 18 años, aleatorizados a recibir baja grasa (<30% consumo energético total) vs. normal o moderada cantidad (>30%), sin intención de perder peso y valorando el peso al menos 6 meses después de la intervención. Se incluyeron 24 ensayos clínicos (N=1054) y 21 estudios de cohortes prospectivos (n=25.059). No fue posible realizar un meta-análisis por la heterogeneidad de los mismos. La incidencia sobre el peso a los 6-12 meses fue baja (diferencia media -0,50 kg; IC 95% -1,78 a 0,78). Al comparar con controles, el grupo con ingesta baja de grasa obtenía un descenso en IMC en un periodo entre 1 a 2 años (DM -1,5 kg/m2; IC 95% -2,45 a -0,55) pero no entre los 2 y los 5 años o después de 5 años. Los autores concluyen que no se pueden establecer conclusiones sólidas y que cuando una población infantil sigue una dieta pobre en grasas SIN intención de perder peso se obtienen pequeñas reducciones en el IMC y descensos en los niveles de colesterol total y LDL-c en algunos puntos en el tiempo, al comparar con los controles6. En cuanto al efecto de la reducción en el consumo de azúcares en población adulta y pediátrica sobre el peso, el meta-análisis de Morenga et al que recoge 30 ECAs y 38 estudios de cohortes, sin restricción calórica, encuentra que la reducción del consumo de azúcares se asoció en sujetos adultos con una disminución en el peso (0,80 kg; IC 95% 0,39 a 1,21; p < 0,001). Por el contrario, el mayor consumo se asoció a ganancia de peso (0,75 kg; IC 95% 0,30 a 1,19; p = 0,001). La sustitución isoenergética por otros hidratos de carbono, no mostró cambios en el peso. Para la población pediátrica no se encontró reducción en el peso. Sin embargo, en relación a la ingesta de bebidas azucaradas, después de un año de seguimiento en estudios prospectivos, el riesgo (OR) de ser obeso o tener sobrepeso era de 1,55 (1,32 a 1,82) al comparar entre el grupo de mayor consumo y el de menor7. En resumen, en individuos sanos existe una relación modesta entre la reducción en la ingesta de grasas y de azúcares y la pérdida de peso, sobre todo en población adulta. Los hallazgos se mantienen en el tiempo. Por el contrario, un consumo más elevado de bebidas azucaradas se asocia a mayor ganancia de peso en niños. ¿Cuál es el efecto de esas dietas en personas con exceso de peso? Aunque tradicionalmente, la mayoría de los regímenes hipocalóricos incluían una diminución en el consumo de grasas, sin embargo, la eficacia de las dietas bajas en grasas se ha discutido durante décadas, con resultados dispares. En 2003, se publicó el primer estudio aleatorizado comparando una dieta baja en hidratos de carbono frente a una dieta baja en grasas en un grupo de pacientes con obesidad mórbida. Al terminar los seis meses del estudio la reducción del peso (-5,8 ± 8,6 kg vs. -1,9 ± 4,2 kg; p=0,002) había sido significativamente mayor en el grupo con bajo contenido en hidratos de carbono, y también habían disminuido los niveles de triglicéridos en plasma8. Aunque había una pérdida de pacientes en el seguimiento, un año después de terminado el estudio los efectos favorable con la dieta continuaban siendo mejores que con la estrategia tradicional9. Desde entonces se han publicado numerosos trabajos evaluando los efectos de la dieta baja en hidratos de carbono o comparándola con la restricción de grasas. En el meta-análisis de Tobias comparando los efectos a largo plazo (>1 año) de dietas bajas en grasas vs. otras dietas con mayor contenido en grasa se incluyeron 53 ECAs que agrupaban a 68.128 participantes. Los resultados mostraron que las dietas bajas en hidratos de carbono conseguían una pérdida de peso mayor (diferencia media: 1,15 kg; IC 95%: 0,52 a 1,79)10, y que las dietas bajas en grasas no eran más eficaces que otras medidas para conseguir la pérdida de peso. Resultados similares se obtuvieron en otros estudios controlados, además de mejorar los factores de riesgo cardiovascular11,12, o en meta-análisis más recientes13. También en poblaciones con diabetes tipo 2 se obtuvo mejoría en el perfil inflamatorio con una dieta baja en hidratos de carbono14. La cuestión no está, ni mucho menos cerrada, pues otros estudios no muestran diferencias en la pérdida de peso, ni incluso cuando se analizan de acuerdo al genotipo o a la insulinemia basal15. ¿Y en el paciente pediátrico? Las guías de la Sociedad Europea de Endocrinología no hacen ninguna mención expresa al tipo de dieta16. Los primeros datos proceden de estudios abiertos como el de Sondike, de 12 semanas de duración, en el que el grupo con baja ingesta de hidratos de carbono perdió más peso (media 9,9 ± 9,3 kg vs. 4,1 ± 4,9 kg) y mejoró sus niveles de LDL-C17. Con posterioridad se han publicado unos cuantos estudios comparativos más, en general con tamaños muestrales pequeños e intervenciones de corta duración (12 semanas) (tabla 1). No se ha publicado ninguna revisión sistemática ni meta-análisis. En la mayoría de estudios no se pudo constatar que se obtuvieran mejores resultados que con la dieta baja en grasas. Por otro lado, en el seguimiento a medio plazo se observó recuperación rápida del peso si no se continuaba la dieta y, en algunos de los trabajos, tasa elevada de abandono precoz. Algunos autores proponer involucrar al adolescente en la elección del tipo de dieta para conseguir una mayor adherencia18. En cuanto al mantenimiento de la pérdida de peso en el tiempo, verdadero objetivo de las medidas de control de peso, hay pocos datos que comparen la eficacia de ambos tipos de abordaje nutricional en el paciente pediátrico. Las intervenciones encaminadas a cambiar hábitos de vida, y que incluyen la dieta y la actividad física son las que consiguen mejores resultados19. Es probable que el mejor conocimiento de las relaciones entre dieta y genotipo pueda contribuir a adaptar el tipo de dieta con mejor respuesta previsible a un determinado paciente20,21. Algunas consideraciones especiales sobre el exceso de peso en el niño pequeño Estudios longitudinales de cohortes amplias de niños, como la recientemente publicada, muestran que la mayoría de adolescentes con normopeso tenían siempre un peso normal a lo largo de la infancia y que el 53% de los adolescentes obesos habían tenido exceso de peso desde los 5 años en adelante. En ese mismo estudio se encontró que entre los adolescentes que eran obesos, la mayor aceleración anual en el IMC ocurría entre los 2 y los 5 años22. Estos hallazgos no vienen sino a refrendar el hecho conocido de que aquellos niños con rebote adiposo precoz tienen un riesgo mayor de obesidad en la infancia tardía y en la adolescencia23,24. Este hecho unido al conocimiento de que las exposiciones nutricionales tempranas (en el marco de los 1000 primeros días) pueden condicionar de forma importante el riesgo de padecer enfermedades no transmisibles (entre ellas la obesidad) después, ponen encima de la mesa cuándo y cómo es la mejor forma de intervenir. Para la prevención de la obesidad es evidente que las actuaciones deben realizarse sobre todos desde el nacimiento (o incluso antes) y antes de los 5 o 6 años, pero no disponemos de datos de intervenciones sobre niños con exceso de peso antes de esa edad. En conclusión, parece existir una relación entre ingesta elevada de hidratos de carbono y mayor ganancia de peso, tanto en adultos como en niños. Las dietas bajas en grasa y bajas en hidratos de carbono son eficaces en conseguir pérdida de peso, con mejores resultados en la dieta baja en hidratos en pacientes adultos, pero no en niños. No se dispone de datos robustos a largo plazo en el mantenimiento de la pérdida de peso. Los estudios más recientes apuntan a que el riesgo de que un niño tenga exceso de peso se establece en los primeros años de la vida (entre los 3 y los 5 años). No se dispone de datos de la eficacia de las intervenciones en edades tan tempranas.
Conflictos de interés El autor no declara conflicto de intereses potencial alguno en relación con el artículo. | |||||||||
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